martes, 4 de agosto de 2009

Eugene Bullard


En curistoria he encontrado una entrada que merece más que ser simplemente enlazada en mis documentos compartidos. La transcribo (copio, pego y añado fotos y enlaces)

Ya saben ustedes que las conversaciones de ascensor suelen ser insulsas, cortas y generales. El tiempo, el tráfico y cosas similares son el tema a tratar, por no hablar con los acompañantes de algo más profundo. Esto nos hace muchas veces perdernos buenas conversaciones y no conocer más profundamente a nuestros compañeros de “cajón”, cuando son gente realmente interesante. Y no me estoy refiriéndose a ese vecino o vecina que… bueno, ya me entienden. No.

Me refiero, por ejemplo, a Eugene Bullard. Un tipo de color que fue “piloto” de ascensores en Nueva York en el siglo pasado. Y digo piloto con toda la intención. El amigo Bullard era nieto de un esclavo y con sólo cinco años, a comienzos del siglo XX, tomó un barco para dejar los EEUU donde había nacido con destino a Europa. Allí empezó a boxear siendo apenas un adolescente y así pasaban los días hasta que estalló la Primera Guerra Mundial. Se decidió a combatir y se alistó en la unidad de infantería conocida como los “tragadores de muerte”, perteneciente a la Legión Extranjera Francesa.


En la batalla de Verdum fue gravemente herido y durante su recuperación decidió cambiar de unidad. Pidió ser trasladado al ejército del aire. Su petición fue aceptada y en 1917 se convirtió en el primer piloto de combate de color. De aquí que yo le confiera el título de piloto de ascensores. Al fin y al cabo, un piloto es un piloto.

Finalizada la guerra, fue batería de un grupo de jazz que solía tocar en un bar del mítico barrio de Montmartre. Hasta aquí una vida que daría para una gran película. Pero hay más. En 1939 fue reclutado por el servicio de inteligencia francés y un año más tarde, cuando los nazis llegaron a París, el bueno de Bullard les combatió con tanto ahínco como mala fortuna, ya que fue gravemente herido. Fue llevado de vuelta a EEUU, vía España, por cierto.

Después de todas estas hazañas y con más de quince medallas por sus acciones por Francia, en 1954, tuvo el honor de ser uno de los tres hombres que encendieron la llama en la Tumba al Soldado Desconocido en el Arco del Triunfo de París. Todo un honor que supone un colofón perfecto para una vida llena de aventura.


Todo esto que les he contado yo de mala manera, se lo podría haber contado de primera mano, y con todo lujo de detalles, un simple “piloto de ascensores” allá por la década de 1960 en el edificio del Rockefeller Center. ¿Cuántas grandes personas dejamos pasar a nuestro lado sin escucharlas como se merecen?

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