Y llegó el gran día. Y me casé. La ceremonia fue clásica como os podéis imaginar... Bueno, tuvo algunas salidas del clasicismo. Para empezar, el mismo día de la boda por la mañana, yo andaba enfrascado en acabar el último toque del traje. Mientrastanto, mi madre retocaba las capas de dos de los invitados. Los nervios no se acercaron a mí en ningún momento de la mañana hasta que a eso de las 13:00 horas, ví el ramo de flores que iba a entregar a mi futura esposa y pensé: "Tengo que ir a ver si encuentro un ramo que esté aún mejor".
La historia del ramo merece un "breve" apunte. En principio, no pensábamos llevar ramo de novia, porque no sentíamos que fuese necesario y no nos agrada demasiado cortar flores si podemos tenerlas plantadas. Pero luego buscando información sobre plantas romanas, descubrimos una bella historia: en la Roma clásica, los romanos que salían a la batalla, cuando regresaban victoriosos les traían como ofrenda a sus mujeres una rama de gladiolos. Esta rama semejaba una espada reconvertida en algo bello. Nos pareció simpático y decidimos que yo le llevaría a María un ramo con varas de gladiolos.
Mi suegra se encargó de conseguirlos el viernes por la mañana. yo el sábado por la mañana temía que se hubiesen pasado un poco y fui a buscar un ramo nuevo. Al comprobar que no estaban nada pasados sino que estaban más bonitos por estar más abiertos, decidí que solo debía adornar el ramo con una cinta blanca que simulase el mango de la espada.
Comprar la cinta y adornar el ramo fue lo que hice desde las 13:00 hasta las 14:00. A esa hora y con todo el trabajo hecho pensé: "Me caso" y sentí una patada de nervios en el estómago. Durante la comida apenas pude tomar un bocado de tortilla de patatas. Me excusé de la mesa y me fui a dormir una siesta para no pensar en boda y relajarme un poco. Ese momento lo aprovechó mi padre, uno de los testigos, para dar las últimas pinceladas al discurso que más tarde leería en la ceremonia.
Al despertar todo fue frenético. Todos se vistieron primero para luego ayudarme a mí, pero como tardaban demasiado tuve que empezar a vestirme solo. Al instante, ya aparecieron manos amigas que me anudaban una cuerda por aquí o me colocaban una capa por allá. Al final un par de fotos de rigor que recordasen el momento de salir de casa y camino a Santiponce.
Salimos tarde, como siempre en las bodas, pero no muy tarde. Cuando mi padre se puso a 165 Km/h por ciudad pensé que no me casaba, pero finalmente sí lo hice. Durante el camino, yo estaba preocupado con que la novia no llegase antes que el novio y en una conversación al respecto, a mi padre se le escapó un "pero si nosotros no vamos a las ruinas...". Ahí descubrí el pastel. Tenía una sorpresa esperándome. No supe cuál hasta que la ví, porque no me quisieron decir nada durante el camino. María también la sabía.
Sí, llegué como emperador en una viga tirada por dos hermosos caballos blancos. Me acompañaba mi madre en el carro. El carro lo cogimos a escasas manzanas de las ruinas de Itálica. Concretamente donde un grupo bastante numeroso de alumnos míos hacían una barbacoa. Por suerte no me vieron montarme, aunque me vieron al volver después de la boda.
El recorrido por las calles del pueblo fue espectacular con la gente haciéndome fotos y saludándome como romano. Llegué a Itálica y allí me esperaba mi futura esposa tumbada sobre una parihuela portada por cuatro hombretones que luego demostraron no ser tan fuertes como se les suponía. Pocas espinacas debieron comer de pequeños.
Juntos recorrimos los últimos metros hasta llegar a las puertas del complejo monumental donde le entregué los gladiolos y entramos juntos hasta el lugar de la celebración: la estatua de Venus, la diosa del amor.
La ceremonia empezó con un emocionante discurso de mi padre que me hizo llorar un poco y nos reblandeció el corazón a todos los presentes. El discurso de mi suegra dio el último empujón a las lágrimas para que saliesen por la emoción. El concejal dijo algunas palabras mitad históricas, mitad propagandísticas que relajaron los lagrimales hasta que Marisa y Pablo volvieron a soltar el muelle del lagrimeo. Después llegó otra gran sorpresa. Cuatro amig@s interpretaron una pequeña obra escrita por uno de ellos donde pudimos reir y emocionarnos. Muy simpática y con toques matemáticos que seguro no todo el mundo descubrió (tengo un vídeo sobre el teatro, pero por privacidad de los artistas, me lo reservo).
Tras el espectáculo, llegó el momento de los votos y los anillos. El concejal leyó las "cláusulas matrimoniales" (las que no perdió) que teníamos que aceptar para que él nos casase y fuimos a firmar a una columna romana que hay en la entrada del anfiteatro de Itálica.
Salimos triunfales bajo una lluvia de trigo que a muchos les pareció escasa pero que yo aún sigo saboreando por lo abundante. Creo que en mis calzoncillo se alojaron unos 25 kilos de trigo sin exagerar. El grupo Ruaruido nos amenizó la salida con unos acordes de samba brasileña. Cogimos nuestra viga, que la teníamos aparcada en doble fila a la puerta del complejo y nos fuimos, ya como marido y "marida".
Volvimos luego para apagar el gas que nos lo habíamos dejado encendido y, de paso, nos hicimos algunas fotos en plan parejita para enseñársela a nuestros hijos cuando seamos viejitos y no se crean que sus padres andan un poco locos. Se nos escapó la gente en ese tiempo y no pudimos hacernos fotos chorras con los colegas que era una de las cosas que queríamos hacer.
Desde allí nos fuimos al convite a seguir con la fiesta, pero eso... eso es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.
martes, 17 de mayo de 2011
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2 comentarios:
Ain! Que bellos recuerdos de ese día!
Que bien nos lo pasamos. Yo ya solo quiero ir a bodas romanas!
Que bien lo cuentas todo Rafa, y queremos ver ese vídeo oculto!
Estupendamente narrado...entre las fotos que tengo en mi poder y lo que has contado tengo la sensación de haber estado allí presente..je,je
Pues nada, esperaré....no me queda más remedio que esperar ....no me tardes mucho que está muy emocionante.
besosss
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