Hoy he trabajado, como todos los días, a bastantes kilómetros de mi casa. Por suerte, un grupo de amigotes, vamos y venimos juntos en coche para que se nos haga el camino menos pesado. En esos viajes se están formando buenas amistades. Todos vamos hasta un punto común en la carretera a Huelva (una gasolinera) y dejamos allí los coches para irnos en uno solo.
Uno de esos compañeros de trabajo que vienen en el coche (el que más coincide conmigo) tiene una extraña teoría sobre los parasoles... "no deben ponerse porque lo que hacen es acumular más calor". Se lo perdono porque es un gran tipo, pero hoy, cuando hemos llegado a su coche para venir desde la gasolinera a Sevilla, mi amigo ha dejado el coche al sol toda la mañana. Y sin parasol.
Nos hemos encontrado una suculenta sauna acolchada y con aspecto de coche. Mi compañero quemándose las manos al conducir, yo con la zona escrotal hirviendo al baño maría. El reloj del coche marcaba esta temperatura (a las 4 de la tarde):
Obviamente, no hacía 52 grados. La imagen es mala (casi se derrite el móvil) pero se puede ver. "Tan solo" 42. Aunque la sensación en el coche era un poco más elevada.
Más tarde, al realizar unos recados, he pasado por la zona de la Macarena.
No people, no cars, no life. (Ni gente, ni coches, ni vida)
A las 6 de la tarde, no había ni guiris en la puerta de la Macarena (uno de los sitios más turísticos de Sevilla) Supongo que el termostato de la señal también estaría erróneo, porque por suerte las suelas de mis zapatos llegaron a casa, pero lo que es indudable, es que hacía un poquito de "calorcito andalú".
Al próximo que me vuelva a decir que los andaluces somos flojos lo invito a asfaltar carreteras a 46 graditos. Van a estar más fresquitos junto a la máquina que retirados de ella.
Y también digo: En julio va a dar clases de matemáticas el padre del ministro de educación en calzoncillos de corazones.